Por diez centímetros quisieron dejarla fuera. Diez centímetros que no podía rebajar salvo que se cortara los huesos de la cadera y disminuyera las posaderas. Y la guapa caleña no sólo no se amilanó por ese mínimo exceso sino que llevó su caso a los tribunales y salió triunfadora.
Ahora es la favorita del pueblo cartagenero, por la bulla que montó para hacer valer sus derechos y por su desparpajo al defender que su cuerpo representa al típico de sus compatriotas, algo más anchas que el famoso 90-60-90 con que sueñan las jóvenes de esta nación que quieren coronarse reinas.
Diana María Salgado, 24 añitos bien aprovechados, 1.78 de estatura y 90-64-102 de medidas, ganó el concurso de belleza en su patria chica, Valle del Cauca, para aspirar este mes al premio gordo: Señorita Colombia, equivalente a nuestras misses. Una competencia que aquí dura un par de semanas, la siguen día a día los noticieros, y tiene lugar en Cartagena de Indias.
A la niña Salgado le obligaron a presentar su renuncia alegando "problemas médicos". Ella agachó la cabeza y guardó silencio. Pero dio con un abogado de políticos en problemas y gentes de la farándula, Abelardo de la Espriella, que le convenció para emprender la batalla.
"Esa noche (la del reinado en el Valle) le advertimos que era una niña 'nalgona' y se le habló de la posibilidad de que hiciera ejercicio para que disminuyera el culo", contó el periodista Gustavo Álvarez, miembro del jurado. Él mismo reconoció que la escogieron pese a su "nalgatorio prominente".
La chica siguió el consejo y se lanzó a un entrenamiento olímpico, de sol a sol, para bajar el trasero y ajustar las caderas. Pero el organismo que regula la beldad de las mises, Combelleza, que de todo hay en la viña del señor, no debió considerar el esfuerzo suficiente y le dio la patada con el consabido comunicado falso.
Al parecer, la chica no sólo no bajó sino que llegó a los 110 centímetros de ancho de babor. Por fortuna para ella todo le salió de perlas y ahora camina embalada hacia el primer puesto aunque las otras competidoras no se quedarán quietas y darán la pelea.
El minúsculo escándalo farandulero ayuda a distraer la atención de otros profundos y graves que causan enormes perjuicios sociales. Cada mes de noviembre el país se vuelca, aunque cada vez en menor medida, con las candidatas a enfundarse la banda del Reinado Nacional de Belleza. Los hay, como esta servidora, que siguen pensando que es un concurso deplorable a extinguir que sólo fomenta el machismo y la estulticia femenina. Pero muchos otros creen que no hace daño a nadie sino que ameniza los telediarios, alegra la vista tanto a hombres como a señoras, incentiva la cirugía estética, que es un sector que también tiene derecho a la supervivencia, ayuda a las mujeres que sueñan con ser actrices o modelos y fomenta tanto el cotilleo como el turismo de Cartagena. Que así sea.
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